Sin crecer ni a lo alto ni a lo bajo, pero si a lo ancho en nuestros corazones llenos de salitre, LOBODEMAR cumple un año en este planeta. Iniciativa nebulosa que nació como un garabato fortuito en horario laboral de un anciano de barba blanca, con la rápida adhesión de grandes amigos y colaboradores. Todo y con eso, todavía no sabemos muy bien como llamar a esto que tenemos entre manos, pero a veces las cosas no necesitan un etiqueta, otras la etiqueta es un todo (véase Anís del Mono...¿es un mono?...¿es un homínido?). LOBODEMAR es un barco con las puertas abiertas y a la vez cerradas, es mar, pero es asfalto, es risas, pero también rabias, es la prueba viviente de que algo contradice lo que en la cultura y el lenguaje nos dicta que las cosas deben tener etiquetas, imágenes y actitudes claras, cuadrículas de jardín versallesco que más vale tornar en la naturaleza viva de un jardín oriental, el valor del acierto unido al valor del fallo, el valor del viaje por encima de la meta, el valor del respeto por encima de la soberbia y la fuerza del humanismo creador por encima de lo deportivo. Actitudes claras que a veces pueden danzar con sus opuestos, dada la intrínseca libertad que las velas de un barco siempre dieron a la pluma del poeta, a las palabras del marino, al que se negaba a estar anclado, aunque tenía un ancla a punto.
En este vigésimo Bitt que ha dado LDM en su primer cumpleaños (se está gestando su fiesta correspondiente, AVISO), los dos individuos que más velan por este buque entre nieblas pasan la tarde del Día del Trabajador juntos, vuelven al spot del Bitt#001 a modo de retrospectiva que termina en el baile jolgorioso del jubilado que no pretende dar la espalda a la diversión.